Ya a nadie sorprende, llevamos así muchos años y la costumbre se ha convertido en ley. Con el viejo principio de “Di lo que quieren y dirán lo que quieras” personajes falsamente sólidos con discursos de cartón –rígidos y vacíos- explotan las inseguridades de los demás y se tornan en lideres de aquellos que lo necesitan.
**ejemplitos? a miles, desde el que vive de esparcir odio y quiere masacrar a todos aquel que esté mínimamente cercanos a ETA, sin que nunca vea satisfecho su deseo de venganza. Sin pensar en que cuanto más se alargue la lucha más vidas de policías se pondrán en peligro (total él esparce su odio desde su despachito, él no corre riesgo). Pasando por personajes como Mouriño (paroxismo de vivir contra alguien y no a favor de); periódicos y radios o el portavoz de nosequé ideología que solo sabe que la culpa la tiene el otro; etc. etc. etc.
Es mucho mas cómodo –y da mucho más rendimiento- centrar el discurso en sentimientos que en ideas.
Nos educan en que discutir es ganar la discusión. Solo eso, ganar. Yo sólo discuto con amigos -y sobre algunas cosas- porque discutir es llegar a contrastar ideas, llegar a aclarar nuestras propias ideas, admitir errores que de otra forma no veríamos y llegar al final de la discusión debe aportar un aprendizaje y un valor. Estamos mal educados, aquí discutir se entiende por enfrentar personas. Y digo personas porque si se critican nuestras ideas sentimos que nos están tocando a nosotros, que es nuestro orgullo el que está en peligro (manda güevos la idea, pero admitámoslo es así).
Con este entorno es difícil crear, porque es difícil llegar a acuerdos si no conseguimos separar: argumentos y personas, ladear los sentimientos negativos y asumir que reconocer errores no es perder.
Escuchar el discurso de los que NO están cercanos a nuestras ideas es necesario para no caer en la espiral de encerrarnos en nosotros mismos, siguiendo el mito de la cueva de Platón, salir de la cueva no correr hacia el fondo.
Pero cada vez estamos más arrinconados en el rincón de la cueva, cada vez más encerrados en nuestra individualidad y en nuestra zona de confort. Sólo oímos y hablamos con quien sabemos que tienen nuestro mismo discurso.
Somos inflexibles por miedo al fracaso. Desconfiamos de todas las instituciones porque es más fácil encerrarnos y enamorarnos de nosotros mismos. Solo nosotros tenemos razón, al menos esa razón basada en el bando y que no necesita de la lógica.
Pero la culpa es de otro, eso sí.
Por miedo a nuestra propia individualidad somos incapaces de crear una sociedad que genere soluciones comunes.
Deberiamos sustituir al corazón por la cabeza a la hora de pensar, y construir una sociedad en lugar de jugar a abrir las heridas del otro.
erillas