“Haz las cosas pequeñas con gran amor”
Madre Teresa de Calcuta
26 de septiembre de 1983, el mundo al borde de la destrucción, el sistema de alerta temprana de la URSS detecta 5 misiles balísticos que van a suponer el origen de una guerra nuclear.
El oficial al mando Stanislav Petrov (me parece importante recordar el nombre de aquel que nos salvó de la catástrofe) conoce las ordenes. Implican un ataque nuclear automático dentro de la doctrina de destrucción mutua asegurada. Es decir la lógica imperante era que la única respuesta ante un ataque nuclear era una respuesta masiva, así ambas superpotencias se aseguraban que la otra nunca atacaría, pues ello acarrea una masacre inasumible por cualquier gobierno. En esto que el oficial Petrov le dio por pensar –eso no lo hacen los protocolos ni las maquinas- que era muy estúpido iniciar una guerra nuclear con tan solo cinco misiles; así que decidió asumir que era un error del sistema (salvando con ello la vida a cientos de millones de personas). Por tal hazaña, sus jefes decidieron castigarlo, lo suyo era seguir el manual y haber lanzado una ofensiva nuclear (a lo que EEUU habría contestado, y de nuevo adiós mundo.)
Unas décadas después el mundo de nuevo estuvo al borde del abismo. En un mundo dominado por la economía, y esta dependientes de los ordenadores, estos sustituyen a las personas en la toma de decisiones. En el mercado de las divisas (comprar y vender monedas de diferentes países) se puede ganar dinero si se acierta con la tendencia; se suelen cribar las operaciones normales de las extraordinarias, anticiparse al mercado. De forma que al ordenador se le dice “a partir de tal variación no hagas nada, es volatilidad normal. Y a partir de % compra/vende.” Obviamente lo difícil es acertar con ese valor que hace de criba, y se gana muy muy poquito con cada operación, por lo que se hacen cientos de operaciones por hora (o por segundo) y con grandes cantidades. En tal escenario –automatización de tareas- un operador de alto nivel se equivoca en un decimal; ceba de más el ordenador. Se cumple el escenario previsto en una de las ordenes y el ordenador empieza a comprar masivamente. Con sus compras empieza a crear tendencias –a desvirtuar el mercado- y otros ordenadores empiezan a reaccionar; se acaba de iniciar una bola de nieve que se alimenta a si misma con cada nueva orden de compra. Cientos de millones de dólares van de un lado a otro, se invierten (se vierten) en activos que no valen ni cien dólares, y el sector financiero salta por los aires (todo nuestro dinero son números en un servidor, si falla el registro o se altera como se hizo estamos sin dinero.) Por suerte alguien se dio cuenta y se paró al borde del abismo –y no se le dio publicidad al asunto, no sea que se aireen las debilidades y dependencias del sistema-.
Mientras el trabajador sea considerado una mera máquina sin razocinio estaremos al borde del abismo, a merced de que explote el sistema.
No es de extrañar que vivamos rodeados de bellos mensajes (innovar, valor añadido, emprender) y nunca encontremos responsables. La vida moderna es un mal producto envuelto en un envase de lujo. Apariencias sin control de calidad, y cambio constante; nada perdura en nuestra vida, ni amigos, ni parejas ni mucho menos los productos creados para caducar a los dos años (obsolescencia programada lo llaman).
Se deteriora el producto pero también se deteriora el concepto de trabajo, y de trabajador. Geito o Jeito es una palabra en portuguesa que viene a significar El gusto por hacer bien las cosas. Pensar en los artesanos de antes, desarrollabas durante años un trabajo, lo dominaban en todas sus tareas y de todas las formas posibles, y eras responsable de tu trabajo. Hoy con contratos basura, se considera al trabajador basura.
El jefe (que trabaja para la empresa y debería ser facilitador para los subordinados) no asume los errores del conjunto y si se apunta a los logros –el tema de la responsabilidad- y el trabajador-basura se preocupa de las apariencias frente al superior, hasta el punto de preferir perder un cliente –perjudicando a la empresa para la que trabaja- por no discrepar del superior, por no perder su trabajo. El sistema se protege de sus propios errores y el que paga es el trabajador-basura, el producto basura y el consumidor mosqueado. Ah si, y la empresa, que pierde clientes por no confiar en su mayor activo (así lo dicen los costes) Las personas, el trabajador eficiente.
Empecé citando dos ejemplos –totalmente reales- que nos indican a donde nos llevan las rigideces de un sistema sin la flexibilidad mental del factor humano. Pero mientras sigamos sin dar valor al trabajo –ni al trabajador de base- estaremos abocados a la catástrofe del sistema. Nada mas caro que un trabajador desmotivado, ahogado en una rutina ineficiente y rígida.
¿Flexibilidad laboral? ¿para qué? Si vivimos ahogados por la rigidez mental que nos lleva a la ineficiencia del sistema.
Os dejo, voy a ir haciendo acopio en el bunker para el próximo fin del mundo, que creo que será el mío y llego tarde.
**incidente del equinoccio de otoño