¿Os
imagináis dentro de un terremoto? O arrastrados por la corriente de un rio, o
sufrir un huracán.
Vivimos
dentro de turbulencias de una forma constante, se nos mueve el suelo bajo los
pies, pero no nos sorprende ni nos da
miedo porque nos han acostumbrado a ello.
El
constante movimiento es necesario, porque sin turbulencias –sin el agua turbia-
sería muy fácil saber quién es el asesino; como nos mataron y donde está el
dinero.
Así, es necesario que nos aturullen con
polémicas que nunca supuran, se concatenan con otras o se disipan si hay
suerte. Es necesario que nos saturen con datos intrascendentes, con modas y
detalles, muchos detalles. Hay que saber hasta el último detalle de la
intrascendencia de turno, es crucial para que lo podamos olvidar como es debido.
Es importante que tenamos un tema de conversación banal (pero encendido) porque
de lo contrario ¿Qué sería de nosotros? ¿Qué haríamos? ¿Pensar? Venga
hombre!! Se trata que seamos
consumidores, no ciudadanos.
Es necesario el constante movimiento, que los
datos tapen la información. Que nada repose lo suficiente, pues de lo contrario
–con reposo- podríamos necesitar ordenar las ideas, crear un criterio. Es mejor
tener una opinión, hágame caso.
Una opinión desechable, eso sí. Que no moleste
ni ocupe lugar en la psique. Tan solo una opinión; bonita y que encaje en el
grupo al que pertenecemos, eso sí.
Generando
movimiento nada permanece, a nada se le coge cariño y nada merece la pena. Mejor una opinión rápida, nada permanente. Nada de luto porque no ha dado tiempo a tenerle apego. Seamos honestos; si la opinión ni era nuestra. Se la cogimos a algún profeta del miedo, lider de enfrentamientos populares y padrastro de opiniones.
La
censura hoy es una sobrecarga de datos inútiles, que tape lo relevante. Los
militares llaman a esto Violencia de acción; aturullar al rival con tanta
acción –y miedo- que no tenga tiempo de pensar, y ante la descoordinación huya.
Eso es nuestra sociedad, un conjunto de leva que huye despavorido a no se sabe
dónde.
Una de las (pocas) cosas buenas que tengo en
que tiendo a no tocar el suelo, vivo alejado de esa cosa turbia que algunos
llaman actualidad. Me ahorro muchas intoxicaciones y cuando algo me interesa ya
ha reposado un tiempo. La parte más volátil ha caído al suelo y me deja ver el
marco teórico de una forma más sosegada.
De
mozo –diría adolescente, pero no estoy seguro aún de llamarme adulto, asi que
mozo es más preciso- me aficioné a leer. Leía todo lo que caía en mis manos;
aprendí a disparar; montar chismes y salí de casa para conocer la vida. Todo
por aburrimiento.
El
aburimiento es necesario. Es algo que se escatima a nuestros niños; se los
satura de tareas, videojuegos y ocio. No cabe el aburrimiento.
Sin
aburrimiento no hay reposo. En la vorágine todo se devora y no se saborea.
No
hay tiempo para ver las cosas de otra manera, no hay tiempo para buscar nuevos
caminos. No hay tiempo para cribar lo importante de lo urgente. No se piensa,
se nos obliga a huir del aburrimiento.
Huimos,
pero ¿hacia dónde?
Esta actualidad ruidosa resultaría tan solo molesta sino fuera por la información que nos escatiman, y sin información no podemos tomar buenas decisiones. Y mira que la solución es fácil: Que los expertos cobren por aciertos, nos quitariamos a los profetas del miedo y a los perros que ladran mentiras.